Horacio Maya
El día comenzó como comienzan todos los días de ciclismo; café en la cafetera, un último repaso mental a la lista que todo ciclista se repite como un mantra antes de salir a cualquier paseo o carrera; casco, guantes, lentes, zapatos, monitor cardiaco y agua, todo listo. Y es que la falta de alguno de estos elementos puede ser suficiente para arruinar un día de diversión o entrenamiento.
Subir la bici al vehículo, otro sorbo al café, tomar un snack para el camino, encender el vehículo y antes de ponerlo en marcha, otro último repaso a la lista mental, solo por si acaso. Ya en la carretera la música y el viento fresco de la mañana siempre hacen una delicia el manejar los 80 kilómetros que separan a Cancún (lugar donde vivo) del que se ha convertido en el epicentro del ciclismo de montaña del estado y sin duda uno de los más importantes de la península de Yucatán, el Punta Venado Bike Park. Y es que cuando uno piensa en Quintana Roo uno piensa en sus playas, hoteles y magníficos parques y es que prácticamente aquí toda gira en torno al hermoso mar Caribe mexicano, tierra adentro, debido a que no hay cerros ni montañas los caminos y veredas son líneas rectas interminables, fácilmente se puede avanzar 50 kilómetros sin encontrar un cambio de dirección, debido a esto la práctica del ciclismo todo terreno puede ser muy tediosa y si, hasta aburrida. Es por esta razón qué la labor que se realiza en Punta Venado y algunos otros puntos del estado es tan apreciada por la comunidad ciclista de la zona y claro algunos turistas.
Ya en el parque me recibe Joel, el, junto con su equipo son los encargados de mantener y planear los nuevos juguetes -como les llama a las nuevas veredas que están planeando-. Joel ha sido desde el inicio del parque en 2012, el principal constructor de veredas, rampas, skinnys, drops, puentes y un largo etcétera. De sonrisa fácil y platica amena, siempre dispuesto a contar alguna historia sobre los años en los que competía en las primeras carreras en el por entonces incipiente mundo del ciclismo de montaña de este destino turístico. Platico con el sobre la historia del parque y poco a poco lo va invadiendo una energía que va creciendo con cada recuerdo que cruza su mente, toma una escoba que había a la mano y empieza a mostrarme en el enorme mapa que hay a la entrada del parque cual fue la primer vereda que le tocó abrir en el parque. “Aquí empezaba el sendero” -me dice con mucha emoción– “En ese entonces no teníamos motosierra, todo era aún más manual y difícil que ahora”- Conforme el palo de escoba va recorriendo la línea que señala el sendero va aumentando la velocidad de sus palabras, como si necesitara tomar impulso para superar el siguiente obstáculo que me va describir.
Actualmente el parque cuenta con unos 38 kilómetros de veredas las cuales se dividen en verdes, azules y negras (básica, intermedia y avanzada respectivamente) y prácticamente todo, con excepción de las verdes, es single track del tipo rompepiernas, de ese que te hace pensar seriamente en vender tu coche para comprarte esa doble suspensión que tienes en mente hace tiempo. El terreno se podría decir es un enorme rock garden con raíces resbalosas que exigen del ciclista un manejo bastante técnico y fuerza en todo el cuerpo. Con los años los constructores de veredas han sabido sacarle jugo a estas condiciones y han podido compensar la falta de grandes desniveles con trails exigentes hasta para ciclistas avanzados, no es raro escuchar en el parque gritos de frustración de ciclistas que en caminos un poco más llanos y con mejor tracción irían en la punta del pelotón.
Volviendo al salón de clase en el que se ha convertido el lobby del parque, con Joel como el maestro, el mapa su pizarrón y yo como su único alumno. La clase continúa y en un abrir y cerrar de ojos ya había frente a mí una pequeña rampa de madera que Joel fue a buscar para explicarme como NO se debe de hacer una rampa –“Esta rampa la trajo uno de los patrocinadores del parque y la querían usar para la primer competencia que se hizo aquí”- Terminó de acomodar la rampa y mientras trazaba con su mano la dirección en la que saldrías disparado si tomaras esta rampa me dice “es un error muy común cuando alguien empieza a hacer rampas, quieres hacerla para volar” continuo su explicación con una bicicleta imaginaria y describió la forma en que debe salir la rueda delantera respecto a la trasera para evitar que salgas disparado por arriba del manillar. “Se están organizando algunos grupos de ciclistas para venir a ayudarnos a reabrir las veredas” – me comentó Joel cambiando drásticamente de tema-. Unos días antes de visitar el parque había pasado por la zona un huracán categoría 1 (la categoría más baja en intensidad de huracanes), debido a esto algunas veredas estaban aún cerradas por árboles y ramas caídas– “han sido días difíciles, entre la pandemia y la temporada de huracanes hay mucho que arreglar, pero poco dinero, así que toda la ayuda es bien recibida” –Y es que son varios los grupos de ciclistas que han hecho de Punta Venado su lugar de entrenamiento y esparcimiento; cada fin de semana se pueden ver grupos de ciclistas y sus familias haciendo carnes asadas en la zona de estacionamiento lo que le da al lugar una sensación de picnic comunitario y fiesta ciclista.
Es esta convivencia la que en temporadas difíciles como un huracán o una pandemia como la que estamos viviendo ayudan al parque a salir a flote- “durante los meses más duros de la pandemia el parque tuvo que cerrar” -comentó Joel ahora ya con un tono un poco más aletargado- “no teníamos ingresos y los gastos continuaban, por suerte varios de los grupos de ciclistas y amigos enviaban despensas y ayudas para poder aguantar esos días de incertidumbre, no sabíamos cuando volveríamos a abrir o si abriríamos algún día”. Y es que quienes trabajan dándole mantenimiento al parque dependen al 100% del mismo, es más, viven dentro del parque, algunos de ellos con su familia, es su sustento y también en el más extenso sentido de la palabra, es su casa, su hogar. La clase terminó, nuevos clientes llegaron y Joel fue a atenderlos, era un grupo de turistas extranjeros que llegaron por recomendaciones de Tripadvisor y querían seguir sus entrenamientos durante sus vacaciones.
Yo por mi parte comencé a preparar mis cosas, checar presión de llantas, iniciar el garmin, todo listo. El sendero comienza con un pequeño single track con muchas pequeñas curvas con peraltes hechos de piedra y tierra lo cual da la sensación de velocidad, los árboles son pequeños pero bastantes cerrados, incluso con partes donde hay que hacer un movimiento un tanto extraño para que el manillar pase entre dos troncos que de otra forma pegaría en tus manos o peor aún en la manivela de freno. De ahí se pasa de lado un pequeño cenote con agua cristalina y muchas raíces de manglar para llegar a una zona un poco más plana y abierta donde, si se tienen las piernas, se puede acelerar a tope para poder rebasar a algún turista. Sigue la pump track una serie de rampas pronunciadas una tras otra que son bastante divertidas.
A partir de aquí comienza la toma de decisiones, distintos letreros te indican el nombre de la vereda y con colores te indican el nivel recomendado antes de entrar, hoy me decido por la vereda de la tarima, catalogada como dificultad intermedia, es una vereda corta pero que tiene un poco de todo lo que el bike park puede ofrecer, un pequeño drop, una zona de curvas peraltadas y mucha, pero mucha piedra. Mientras rodaba por este sendero imaginé como sería abrir esta estrecha línea de tierra y rocas en esta selva tan tupida, la cantidad de trabajo y esfuerzo me abrumó por unos segundos. Unos metros más adelante algo llamó mi atención, escuché ramas romperse y el crujido de hojas secas, me detuve para ver mejor lo que era; un venado me miraba fijamente, sin moverse, tratando de camuflajearse lo mejor posible entre los árboles, dudé un segundo y en cuanto me decidí a sacar mi celular para tomarle una foto, salió disparado entre las ramas, apenas había puesto mi mano en el cierre de mi mochila cuando él ya estaba totalmente fuera de mi vista.
Al quedarme solo en el sendero me llenó una sensación de estar siendo observado, voltee de un lado a otro con cierta precaución, pero no había nada, solo la selva y sus sonidos. Esta sensación me llega muy seguido en los senderos solitarios y más apartados del parque, la selva impone, de no ser por los letreros y las veredas bien marcadas por el paso continuo de ciclistas, salir de aquí sería toda una odisea, además no es raro ver serpientes y pequeños roedores, tarántulas, y como hoy, alguno que otro venado. Toda esta fauna parece estar observándote cuando estás solo dentro de la selva, esperando el momento en que te retires para seguir con su vida. Este breve encuentro con el venado me hizo recordar la presencia en el parque de su mayor depredador (después del hombre), el jaguar. Son varios los avistamientos de jaguares dentro del parque, más o menos seguido aparecen en redes sociales y en los innumerables chats de ciclistas fotos de algunos afortunados que pudieron ver y retratar al mayor de los felinos en su ambiente natural, en sus dominios. Después de unos segundos de escanear con la mirada la vegetación perdí la esperanza de tener mi primer encuentro con este hermoso felino. Enclipé el pedal y continué mi camino, llegando a un nuevo cruce de veredas tomé el camino hacia la playa, allí la vegetación y el terreno cambian rápidamente, se ven cada vez más palmeras y cocoteros y el suelo pasa de ser roca y raíces a arena compacta.
Se empiezan a escuchar las olas y el aire salado cambia el olor del viento, detrás de un letrero se alcanza a ver el azul turquesa del mar por primera vez, una imagen que por más años que uno tenga de conocer el mar caribe, siempre provoca cierta impresión. Pasando el letrero la arena es más suelta y se requiere mucha fuerza y equilibrio para no quedar atascado, debido a esto y por supuesto a que la vista del mar es impresionante, esta zona se ha vuelto una especie de parador de descanso, siempre se verán grupos de ciclistas tomándose fotos y rehidratándose aquí, esta vez decidí hacer lo mismo y tomar unos minutos para contemplar el mar. Rehidratado y con nuevas energías inicio la última parte del recorrido, una vereda marcada como verde, bastante agradable hasta para los más novatos en el ciclismo, sin embargo, me gana la emoción y con las piernas frescas después de la parada hago este tramo una especia de contrarreloj. Con la frecuencia cardiaca rozando los 180 latidos por minuto llego al final de mi recorrido del día de hoy, detengo el garmin y checo la distancia total, 18 kilómetros, sin embargo, me siento como si hubieran sido unos 40. Sin duda un gran esfuerzo para tan poca distancia, pero es parte de lo que hace especial a este parque. Guardada la bicicleta y después de un rápido y revitalizante baño me despido de Joel, quien va llegando de guiar a un grupo de turistas a los cuales sospecho que mantuvo entretenidos con una de sus tantas historias dentro del parque. Enciendo el vehículo e inicio el camino de vuelta a casa, en el recorrido me cruzo con un grupo de ciclistas que van por la carretera, traen varios vehículos cuidándolos, aun así, desgraciadamente los accidentes mortales de ciclistas en esta ruta son relativamente comunes. Los pasó y veo al grupo por el retrovisor y no puedo más que sentir una enorme gratitud por quienes hacen posible un parque donde rodar tranquilo y seguro, con todo y sus serpientes, tarántulas, jaguares y piedras filosas, nada es más peligroso que una persona descuidada al volante.
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