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Recuerdos de la abuela, urdiendo hamacas

Eduardo Lara Peniche

La península de Yucatán tiene características sociales muy particulares, la sociedad autóctona de Campeche, Quintana Roo y Yucatán conserva con orgullo la identidad local que llama la atención de visitantes nacionales y extranjeros.

El vestido, la gastronomía, el lenguaje y las costumbres familiares son elementos muy llamativos que atraen a los turistas, quienes después de disfrutar las delicias culinarias y ataviarse con prendas tradicionales quedan sorprendidos por las costumbres peninsulares y, una de ellas, es la cómoda frescura del descanso en hamaca, objeto muy preciado por propios y extraños.

Para las familias de la península la posesión de una buena hamaca es una necesidad básica, tanto para disfrutar un reparador sueño nocturno, como para disfrutar de una siesta vespertina para recuperar fuerza y terminar la jornada diaria después de un buen baño, así como para departir en  reuniones familiares en la intimidad del hogar.

La hamaca es un semi-mueble que sirve para atender asuntos de forma confidencial o familiar con suficiente comodidad y seguridad, de ahí la importancia en la fabricación de hamacas, actividad artesanal añeja que perdura en Campeche, Quintana Roo y Yucatán.

La fabricación de hamacas es una actividad que aún se conserva como actividad familiar, puesto que, además de dar comodidad en el descanso, representa una oportunidad para generar ingresos al comercializarlas, al grado de que, en varias poblaciones rurales, los sábados al medio día se pueden ver camionetas repartiendo paquetes de hilo, recibiendo hamacas nuevas y sacando cuentas para pagar la maquila terminada.

Pero, además, quienes tenemos la fortuna de haber nacido en estas tierras y formar parte de una familia con abolengo mestizo hemos sido testigos de la paciencia y concentración que requiere el urdido de hamacas; nos hemos dado el lujo de solicitar el tamaño, el color o la combinación de estos a algún familiar, quien con especial cuidado elabora nuestro nido y así tener el doble gusto, al disfrutar un reparador descanso y el orgullo de la confección.

Llegar a una casa donde hay un bastidor de hamaca me remonta a los días en que visitaba a mi abuela y la encontraba urdiendo en su cuarto-taller, absorta, contando las puntadas de la aguja de madera, que en su centro contenía el hilo de colores que iba de un lado al otro, dando vueltas en los dos postes que dejan el espacio suficiente para insertar los hilos del brazo de la hamaca, postes que tienen como base una madera perpendicular para mantener de pie el bastidor; sus dos largueros se ajustan con cuñas que sujetan incisiones en la madera que indican la longitud del cuerpo de la hamaca.

Los largueros del bastidor son elaborados con tablas de madera de entre 8 y diez centímetros de ancho y aproximadamente dos metros de largo, mismos que al acercarse o alejarse gradúan el tamaño de la hamaca, mientras los postes son dos varas de madera cuadradas, de aproximadamente ocho centímetros por lado, con aristas redondeadas, para facilitar las vueltas del hilo, con una altura aproximada de un metro sesenta centímetros, encajadas en bases de madera fuerte.

Urdir una hamaca puede parecer sencillo, sin embargo, este trabajo artesanal tiene su “ciencia” ya que además de exigir la paciencia para tejer una malla suficientemente firme -pero a la vez elástica-  ésta debe ofrecer comodidad, fortaleza y resistencia;  puesto que la misma debe de soportar el peso de al menos dos personas, y no tanto por el hecho de poderse acostar acompañados, sino por la gran variedad de pesos y volúmenes que algunos asiduos usuarios de la hamaca puedan tener.

La fama de la hamaca en la península de Yucatán es tanta que este semi-mueble ha sido evolucionando y se ha transformado, tanto por el uso de diversos tipos de hilo (henequén, algodón, nylon y seda); como por las características del tejido: orillas con formas geométricas o urdiendo el cuerpo con dos capas,  o reformando los tradicionales brazos de hilos sencillos, que en ambos extremos de la hamaca se refuerzan tejiendo con el mismo hilo un aro en forma de pera, el cual divide en dos partes los hilos de los brazos, formando así la llamada muñeca, que no es más espacio que permite amarrar la hamaca en los soportes donde se cuelga, mismos que también han sufrido modificaciones al aplicarles tejidos que embellecen las hamacas.

A pesar de todas las modificaciones que se le puedan hacer a la hamaca, los pobladores de la península, por la sencillez, la practicidad y frescura que brinda el uso de una hamaca jamás podrá ser superado por una cama, por más mullida de esta sea.

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