Enrique Martín Briceño
Maestro en Ciencias Antropológicas
Las inmensas fortunas que se amasaron gracias a la explotación del henequén –y de los mayas en las haciendas henequeneras– no solamente transformaron el rostro de la capital yucateca durante el Porfiriato; también favorecieron el crecimiento del mercado musical, sobre todo para aquellos géneros ya instalados en el gusto local: la zarzuela, las piezas bailables y la canción. En ese terreno propicio, abonado desde tiempo atrás por el continuo intercambio con La Habana, en las dos últimas décadas del siglo XIX varios músicos profesionales y no pocos aficionados crearon canciones, muchas de las cuales se recogieron en El ruiseñor yucateco (1902-1906) y el Cancionero conocido como “de Chan Cil” (1909). No se llamaban entonces “canciones yucatecas”, sino canciones a secas, valses, habaneras o guarachas, y en ellas puede notarse la impronta de la canción cubana, la zarzuela hispánica y la canción abajeña mexicana.
Pasó una chiquilla,
Luis Canto Farfán, Flor con alma
como flor de primavera,
por la Plaza Principal…
El trovador más popular de aquel tiempo fue Cirilo Baqueiro, Chan Cil (1848-1910). Figura indispensable en los carnavales desde los años ochenta del siglo XIX, se cuenta que alguna vez llevó serenatas con el poeta José Peón Contreras, ataviados ambos como trovadores medievales. Lo cierto es que Chan Cil creó tanto canciones de corte amatorio como tonadas satíricas y que algunas de las primeras fueron famosas más allá de las fronteras yucatecas. Entre sus composiciones más populares se encuentran “Despedida” (José Peón Contreras), “¿Te acuerdas?” (Rafael de Zayas Enríquez) y “La mestiza”. Esta ofrece una vívida estampa de las mujeres que acudían cotidianamente a comprar al Mercado Grande meridano: “Cuando la aurora vierte / su fúlgido raudal, / y empieza por las calles / la gente a transitar, / más blanca que la espuma / que hierve en el champán, / alegre, la mestiza / hacia el mercado va…”
Tienen como misión es el rescate de la Trova tradicional de Yucatán en niños, niñas y jóvenes.
Otros trovadores del Porfiriato fueron Fermín Pastrana –Huay Cuc–, Antonio Hoil, Filiberto Romero y Alfredo Tamayo. De la autoría del último es “Sueño”, auténtico hit de fin de siglo que llegó a cantarse en el centro del país y fue incluido por Manuel M. Ponce –sin crédito para su creador– entre sus Doce canciones mexicanas para voz y piano (1913): “Soñó mi mente loca, / soñó con la ilusión, / soñé besar tu boca, / poseer tu corazón…”
La Mérida que en el Porfiriato llegó a soñarse un París en miniatura gracias a su Paseo Montejo, su teatro Peón Contreras y su infraestructura pública abrió los ojos al nuevo sol revolucionario en 1915 con la llegada a Yucatán del general Salvador Alvarado. Junto con importantes cambios sociales y políticos, el flamante régimen promovió una nueva visión de lo maya y lo mestizo en la que se insertó la trova. Así, la embajada artística que representó a la entidad en las fiestas del centenario de la consumación de la Independencia (1921) dio a conocer en la lejana capital del país las canciones creadas en Mérida, que pronto comenzarían a grabarse en los Estados Unidos y a difundirse nacional e internacionalmente.
Por aquellos años, la ciudad y el estado vivieron el experimento socialista del gobernador Felipe Carrillo Puerto, truncado en 1924 con su trágica muerte. Ligada para siempre a la memoria del líder quedaría la historia de su amor por la periodista norteamericana Alma Reed y la canción que para la bella escribieron el trovador Ricardo Palmerín y el poeta Luis Rosado Vega: “Peregrina, de ojos claros y divinos, y mejillas encendidas de arrebol; / mujercita de los labios purpurinos / y radiante cabellera como el sol…”
Ricardo Palmerín (1887-1944) fue uno de los grandes de ese tiempo, conocido hoy como “época de oro de la canción yucateca”. Comenzó a componer hacia 1919, después de participar en la despedida que se dio en el antiguo local del Congreso al dueto colombiano de Wills y Escobar. Prendado de los bambucos que estos trajeron en su repertorio, creó “El rosal enfermo” (Lázaro Sánchez Pinto), “A mi novia” (José Esquivel Pren) y “Novia envidiada” (Roberto Sarlat Corrales), entre otros títulos que hicieron arraigar en la región el género andino, así como danzas imperecederas como “Las golondrinas” y “Mi tierra” (ambas con versos de Luis Rosado Vega).
Los jardines públicos atestiguaron la efervescencia poética y musical que entonces se vivió. En los parques de Santa Lucía, San Cristóbal, Santa Ana, Mejorada, Santiago, San Juan y San Sebastián, lo mismo que en el Parque Hidalgo y la Plaza Grande, se reunían trovadores y aficionados a ensayar nuevas canciones, que luego ejecutarían ante las ventanas de las enamoradas. En el Parque Hidalgo, Palmerín dio a luz muchas melodías con versos de Ricardo López Méndez y José Esquivel Pren, mientras que en Santa Lucía –muy cerca de su casa, situada en la esquina de las calles 55 y 62– el jovencito Guty Cárdenas (1905-1932) compuso en 1924 su primera canción, con letra de Ermilo Padrón López: “Un rayito de sol por la mañana / filtra sus oros por la enredadera, / se quiebra en el cristal de tu ventana / y matiza tu hermosa cabellera…”
“Descubierto” por Tata Nacho en 1927, Guty conquistó muy pronto los escenarios de la capital del país y de allí pasó al competido campo musical neoyorquino, donde grabó más de 200 canciones y alcanzó fama continental. Su fulgurante carrera se vio interrumpida en 1932, cuando perdió la vida en la Ciudad de México en un pleito de cantina. No había cumplido 27 años, pero ya había logrado inscribir el bolero en el gusto nacional y había creado “Para olvidarte” (Ermilo Padrón López), “Quisiera” (Ricardo López Méndez), “Flor” (Antonio Pérez Bonalde y Diego Córdoba), “Nunca” (Ricardo López Méndez) y “El caminante del Mayab” (Antonio Mediz Bolio). Con esta última inauguró un género que pretendía actualizar imaginados ritmos prehispánicos: “Caminante, que vas por los caminos, / por los viejos caminos del Mayab, / que ves arder de tarde las alas del xtacay, / que ves brillar de noche los ojos del cocay…”
Estatura similar alcanzó Pepe Domínguez (1900-1950), de quien se recuerdan sobre todo sus claves “Beso asesino” (Víctor M. Martínez) y “Granito de sal” (Carlos Duarte Moreno), su clave-bolero “El pájaro azul” (Manuel Díaz Massa), su bambuco “Manos de armiño” (Carlos Duarte Moreno) y su clave-jarana “Aires del Mayab” (Carlos Duarte Moreno). Esta última dio nuevo aliento a la canción jarana y ha viajado por el mundo en el repertorio de los mariachis, aunque describe el baile de las fiestas patronales yucatecas: “Rebozos, rebozos de Santa María, / mestizas que bailan llenas de alborozo / entre los encantos mil de mi vaquería…”
Por supuesto, en aquel ambiente bohemio, al influjo de las cálidas y perfumadas noches meridanas y gracias a la demanda local, brotaron muchos otros compositores. Entre estos se encuentran Pepe Martínez (“Beso de muerte”), Domingo Casanova (“Ella”), Emilio Pacheco (“Presentimiento”), Licho Buenfil (“Desdén”), Lalo Santa María (“Duda”), Armando Camejo (“El jaguar”), Rubén Darío Herrera (“Amor secreto”) y Alejandro G. Rosas (“Solo tú”), entre muchos otros.
La creación de la Orquesta Típica Yukalpetén, en 1942, fijó el canon de la trova yucateca y propició la creación de nuevas canciones. Aun mejor semillero fue la Sociedad Artística Ricardo Palmerín –fundada en 1949–, en la cual coincidieron trovadores y letristas que hicieron reverdecer el árbol de la canción peninsular. Manolo López Barbeito, Candelario Lezama, Santiago Manzanero y Chucho Herrera se encuentran entre los viejos trovadores que frecuentaron las reuniones de aquella asociación. Herrera es autor de una canción dedicada a Mérida cuya rítmica evoca la raíz hispánica de la ciudad: “Vergeles floridos que me hacen soñar, / perfumes que aroman mi regia ciudad, / es Mérida alegre y serena, / con amaneceres de raro esplendor…”
De la Sociedad Palmerín surgió una promoción de compositores que cultivaron los géneros canónicos e hicieron nuevas aportaciones. El más brillante fue Pastor Cervera (1915-2001), quien, habiendo asimilado plenamente las enseñanzas de sus antecesores, a partir de los años cincuenta produjo canciones excepcionales, con letras propias casi siempre. Los boleros “El collar”, “La fuente” y “Amor y dolor”; el bambuco “En tus ojos” y las claves “La tarde” y “A mi novia” figuran entre las más gustadas. La última es una singular canción de serenata: “Deambular por las calles de mi Mérida blanca, / envolverme en la seda de su paz nocturnal, / con viejas tradiciones formar mi serenata / y a ti, novia adorada, venírtela a ofrendar…”
Vinculados también a la Sociedad Palmerín, Juan Acereto (1930-1991) y Coqui Navarro (1934) refrescaron la tradición con letras propias, búsquedas armónicas y nuevos ritmos. Gozan de gran popularidad los boleros “Despierta paloma” y “Te amaré toda la vida”, de Coqui, y la clave “Tus ojitos negros”, el joropo “Gota a gota “y el bolero “Tú, mi única pasión”, de Acereto. Ambos compositores probaron suerte en la capital del país, tratando de insertarse en el mainstream de la canción, donde ya sobresalían los yucatecos Luis Demetrio y Armando Manzanero. Años después, seguirían su huella autores como Jorge Buenfil (“Eso y más”) y Angélica Balado (“Piel de barro”), que han abierto nuevas vías a la trova.
La capital yucateca es protagonista o escenario en varias de las canciones escritas desde los años cuarenta del siglo pasado: el bambuco “Mestiza”, de Ricardo Pasos Peniche y Ermilo Padrón López; el vals “Mérida”, de Pepe Narváez; el chotis “Flor con alma”, de Luis Canto Farfán y la clave “Mérida colonial”, de Luis Espinosa Alcalá. He aquí los primeros versos de esta última: “El sol, con su luz matinal, / baña de oro la torre del reloj municipal, / y en los frondosos laureles de la Plaza Principal / un coro de aves canoras saluda al día con un madrigal, / al compás de las campanas de la santa catedral…”
La Plaza Principal fue precisamente uno de los lugares donde se conservó hasta hace no mucho la canción yucateca. Allá se apostaban noche a noche los trovadores a la espera de clientes. Actualmente, puede escucharse trova en el parque de Santa Lucía, donde cada jueves –desde 1965– se ofrece un espectáculo de música y danza regionales; el Centro Cultural Olimpo, que presenta sus Martes de Trova; el Museo de la Canción Yucateca, que efectúa actividades los miércoles, y el Palacio de la Música, que realiza sus Viernes de Trova. En este último recinto también ofrece conciertos la Orquesta Típica Yukalpetén y se dan cursos de ejecución y creación de canción yucateca.
La trova yucateca fue declarada Patrimonio Cultural del Estado en 2016. No puede decirse que esté en riesgo de desaparecer, pero hacen falta más acciones para preservarla y lograr que nuevos trovadores sigan llenando de música y poesía las calles de una ciudad que ha sido llamada “reina de Yucatán”, “jardín encantado” y “novia blanca del Mayab”, a tal grado unida a la trova que Fernando Espejo y Pastor cantaron: “Su súbita memoria me desgarra / y hacia ella salgo por cualquier camino / a la primera cuerda de guitarra.”
Foto de portada: Foto: Israel Canul, Instagram: @ israelcanulm.
Modelo: Sofia Pech, Instagram: @ sofi_.pechhh.