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La excelente conservación de las ofrendas en la cueva de Balamkú

La excelente conservación de las ofrendas en la cueva de Balamkú | Hola Tulum

Arturo Bayona – Guillermo de Anda

Gran Acuífero Maya

En el mes de junio de 2018, acompañé por primera vez al Dr. Guillermo de Anda, director del proyecto Gran Acuífero Maya del cual formo parte, durante una exploración a la recién re-descubierta Cueva de Balamkú, localizada en la Zona Arqueológica de Chichén Itzá, donde fueron descubiertas gran número de ofrendas dedicadas a Tláloc, Diosde la lluvia del centro de México.

La excelente conservación que presentan (en su estructura y color) los objetos que componen los vestigios encontrados, tiene una relación directa con las condiciones extremas que predominan en su interior. Las características únicas y excepcionales de la cueva, formada por un sistema subterráneo completamente aislado, en la oscuridad perpetua, sin otras entradas o desprendimientos superficiales que lo conecten con el exterior, han conformado un ambiente muy especial, limpio, sin la influencia de corrientes de aire, deficiente en oxígeno, muy diferente a los encontrados en otras cuevas secas de la Península de Yucatán.

La formación de estalactitas y estalagmitas se presenta en reducidos espacios donde existen escurrimientos provenientes de la corteza terrestre, ya que la mayoría de los túneles se han mantenido secos y sin la intrusión de raíces que horaden o desquebrajen las paredes de roca caliza en busca de agua, conservando el sitio casi intacto a través del tiempo.

El haber estado sellada prácticamente durante los últimos 900 años (a excepción de la momentánea apertura que se hizo durante el descubrimiento de la cueva, llevado a cabo por un niño de 13 años, apoyado posteriormente por su padre y uno de sus hermanos en los años 60) permitió que las condiciones internas se mantuvieran con pocas variaciones en su temperatura, humedad, deficiencia de oxígeno y ausencia de luz solar. La única entrada al sistema -conocida hasta ahora- inicia con una depresión natural de 2.5 m de diámetro al ras del suelo, que va descendiendo y reduciéndose en grosor, en forma de embudo, horadada de manera natural en la roca caliza y bajando unos 5m, hasta donde se encuentra la pequeña oquedad de 40 x 50 cm que comunica al interior.

Al haber estado tapiada durante siglos, los murciélagos, moradores comunes de estos sitios, nunca habitaron en su interior; no encontramos evidencia que atestigüe su aparición antes o después. Su presencia influye totalmente en la atmósfera de las cuevas; los aleteos  producen un continuo movimiento en la aireación interna; la generación de CO2 -a través de la respiración de miles de individuos que conforman las colonias- origina una atmósfera tóxica que, con el amoniaco producido por su orina y heces, propician y  aceleran  la descomposición bacteriana, además del depósito constante y acumulamiento de guano. Esto hubiera ocasionado el deterioro a mediano y largo plazo de los diversos objetos que componen las ofrendas localizadas, ya que las deyecciones y restos de material orgánico (que acostumbran introducir después de sus vuelos nocturnos) se iría acumulando en su superficie, afectando la textura, el color, la dureza y sobre todo la calidad y pureza de los restos orgánicos depositados en los incensarios bicónicos, que conforman la mayoría de las piezas allí representadas.

El contar con este material intacto en los incensarios, resultado de la combustión de elementos utilizados por los mayas antiguos como resinas, alimentos, huesos u otros materiales, ofrecidos como parte de los rituales que se llevaron a cabo en estas galerías, durante diferentes épocas, ha permitido analizar e identificar estas evidencias orgánicas que  perduraron cientos de años sin alterarse.

Ph. Karla Ortega / Proyecto Gam. Incensario con la imagen del Dios Tláloc del Centro de México, que aún conserva su pintura original después de varios siglos de permanecer en plena oscuridad.

Por otro lado, la escasez de oxígeno (generada por la limitada aireación) impidió la oxidación de elementos orgánicos e inorgánicos en su interior, así como la pérdida en la cohesión del barro, evitando su desintegración o desmoronamiento debido al ambiente predominante. Esta particularidad ha dado como resultado una excelente preservación en el color de los pigmentos utilizados para el decorado y ornamentación de la cerámica, así como en la apreciación de rasgos y detalles, que hubieran sido difíciles de mantener sin presentar un bajo nivel de humedad.

La vida vegetal está ausente en el interior. Tampoco se observa alguna especie de hongo o moho que evidencie la existencia  o desarrollo de estos microrganismos en paredes o suelo del sistema; y esto es una prueba más de que el grado de inocuidad del ambiente que presenta Balamkú, por sus condiciones extremas,  se ha mantenido con una mínima influencia externa.

La fauna interior se localiza básicamente desde donde se encuentra la escalera de piedra que desciende bajo la entrada, hasta unos 50 metros adelante, antes del túnel principal. Está compuesta esencialmente por invertebrados comunes que se observan en otras cuevas secas, los cuales se han introducido de alguna manera, aprovechando las posibilidades que tienen de conectarse con el exterior, utilizando alguna invisible grieta o cavando ellos mismos sus madrigueras.

Durante las exploraciones Identificamos Amblipigios, Milípedos, Arácnidos y Lepidópteros de las cavernas. También fue observado un ejemplar macho de geco manchado yucateco (Coleonix elegans) que vive allí, como último eslabón de la cadena alimenticia, ya que se alimenta de estos invertebrados. A excepción de un reporte, no hay excrementos, huellas u otras evidencias de mamíferos que suelen habitar en estos sitios, como tepezcuintes, tlacuaches o el puerco espín.

En la primera exploración, el Dr. De Anda corroboró la existencia de una serpiente que fue identificada como una Trepidodipsas sartori o falso coral, nombre dado comúnmente debido a una serie de franjas negras y rojas que adornan su cuerpo; este pequeño reptil ha sido observado con frecuencia en otras cuevas (Kantemó, Blanca Flor) y se introduce por cavidades mínimas o huecos en la roca. Es inofensivo, se alimenta principalmente de pequeños caracoles de la humedad, especie de molusco inexistente en el interior de Balamkú, por lo que el animal debió haber salido por donde entró, ya que no se le volvió a ver.

Ph. Karla Ortega / Proyecto Gam. Biólogo Arturo Bayona, Responsable de Estudios Medioambientales del Proyecto Gran Acuífero Maya, durante la exploración de la Cueva Balamkú.

Durante las exploraciones de los diversos túneles se experimentan sensaciones de sofocación y mareo por los bajos niveles del oxígeno, lo que obligó a incluir un tanque de  este gas vital para tenerlo fijo en el interior, como prevención de una situación peligrosa.

Por las condiciones especiales que guarda este ambiente, la entrada a Balamkú deberá sellarse de nuevo después del estudio, para evitar cambios físicos y químicos en su atmósfera que pudieran darse por influencias climáticas o la introducción de fauna externa. Solo así se garantizará la preservación a largo plazo del gran tesoro arqueológico que guarda este lugar, como un testimonio del significado y gran simbolismo que representó para los que estuvieron allí, durante ese período en la historia de Chichen Itzá.

¿Qué elementos utilizaron para iluminar el interior e introducir tantos objetos?

Durante las siguientes exploraciones se localizaron restos de carbón vegetal en el interior  de algunos túneles, evidencia que prueba el uso de elementos combustibles o antorchas de algún tipo. Por otro lado, las distancias en metros que debían cubrir quienes se arrastraban por los estrechos pasadizos para llegar hasta donde se encuentran las bóvedas con las ofrendas, requieren determinado tiempo, donde los individuos irían deslizándose con dificultad por lo pedregoso e irregular del trayecto, para introducir los enormes incensarios;  con un considerable esfuerzo por el tamaño, forma y peso, o simplemente para llegar hasta ellos;  período en que las fuentes de luz debían permanecer encendidas, produciendo humo  y calor, disminuyendo peligrosamente la cantidad de oxígeno respirable por la combustión, además de añadir la dificultad de llevar hacia adelante el elemento encendido para evitar quemarse.

El gas que presenta un mayor volumen en la atmósfera terrestre es el Nitrógeno (N2), con un 78% del total; le sigue  el Oxígeno (O2) con un 21%, además de otros elementos. En este caso, el consumo del escaso oxígeno existente en el interior de la cueva debió intensificarse con la combustión de las resinas, ceras o aceites que utilizaban para mantener encendidas las antorchas, velas o pequeñas vasijas de barro,  que eran alimentadas con algún tipo de combustible. Y hay aún más: varios incensarios presentan cenizas de las ofrendas que fueron incineradas durante los rituales que allí se llevaron a cabo, imaginando el humo producido por las antorchas o materiales para iluminarse, además del generado por la combustión de sustancias o materiales orgánicos, incluyendo quizá el copal, lo que supone un ambiente interior totalmente saturado.  No se tiene idea de cuántos individuos estuvieron en las galerías, si entraba uno o varios al mismo tiempo. Un dato interesante, es el hecho de que, en un primer fechamiento de carbono 14, las muestras de las cenizas de los restos quemados arrojaron una diferencia de 200 años entre dos de los incensarios, lo cual nos habla de un extenso periodo de uso ritual de la cueva, al menos por ese lapso de tiempo.

Ph. Imagen de la pintura de Armando Jiménez, «El esfuerzo detrás de la devoción en la Cueva Balamkú».

Dentro de las investigaciones etnográficas que se hicieron entre los pobladores locales y de otros sitios como Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo, hemos podido conocer que anteriormente el uso de la cera de abejas silvestres – y algunos cebos o grasas animales- eran prácticas frecuentes para producir luz. Algunos aseguran que el concepto de vela es conocido desde la antigüedad y que han sido usadas de forma continua hasta la fecha.

De la misma manera, especies vegetales de la familia de las leguminosas como el jabín (Piscida communis), el Katzin (Mimosa bahamensis) y el Kitamché (Caesalpinia gaumeri), entre otras, encienden verdes, aún recién cortadas y eran usadas a manera de “tizón” encendido, las cuales – con el movimiento o balanceo continuo del brazo durante la caminata nocturna- van produciendo una tenue luminosidad (por el mayor contacto con el oxígeno del aire), suficiente para ver el camino. Igualmente se  acostumbraba hacer varios cortes en una de las puntas del palo y agregarle pequeños trozos de cera de abeja silvestre en las ranuras, esto producía una flama duradera y podía ir añadiéndosele más, a manera de combustible, para alargar el tiempo de la flama.

Con estos testimonios es posible conocer algunas alternativas que les permitieron generar luminosidad en el interior de las galerías y túneles, sin producir demasiados humos tóxicos que pudieran afectar su estancia en el interior. De cualquier manera, resulta asombroso el grado de complejidad y el esfuerzo humano realizado en condiciones extremas para poder deslizarse a rastras en tramos considerables, transportando la cerámica sagrada, imprescindible en el desarrollo de los rituales que, durante varios períodos, se llevaron a cabo en el  interior de Balamkú.

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