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Día de muertos: un diálogo con los seres queridos

Por Agustín Labrada

Fruto del mestizaje hispano-indígena, el Día de Muertos es una de las tradiciones más imponentes de México con la que se recuerda a los difuntos queridos, los días uno y dos de noviembre de cada año, con altares poblados de flores amarillas, dulces, tamales, velas y objetos íntimos, donde se incluyen fotos, de esas personas que ya no están en el mundo.

En esta creencia, flota la ilusión de que las almas de los muertos que se amaron retornan para dialogar con los vivos en fiestas de colores, con sede tanto en hogares como en espacios públicos y cementerios, donde se sincretizan algunas costumbres prehispánicas con las celebraciones de origen católico del Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos.

Reconocida por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, esta fiesta se realiza (con sus variantes regionales) en México y en latitudes centroamericanas y de América del Sur y en ella no pueden ausentarse altares con papel picado, pan de muertos, calaveras de azúcar…

Figuran también pétalos de la flor de cempasúchil con los que se trazan caminos que guían a las almas hacia los altares, veladoras e incienso para alumbrar esos caminos purificando el ambiente, bebidas y alimentos que preferían los difuntos que se añoran… y ya en el siglo XIX se agregaron las calaveras literarias con versos satíricos destinados a personas vivas.

Esas calaveras tienen antecedentes en el siglo XVIII, en textos como “La portentosa vida de la muerte de fray Joaquín Bolaños”, pero se publicaron por vez primera en periódicos de Guadalajara en 1849 y se volvieron populares con el tiempo, debido a su enfoque crítico(desde los territorios del humor) hacia las clases altas y los políticos corruptos y vanidosos.

Durante la celebración, los participantes comen y beben, narran anécdotas sobre los fallecidos y leen las calaveras a modo de epitafios. No hay angustia, como podría pensarse, pues se crea una comunión entre la vida y la muerte, y se exhibe la figura de la catrina, creada a principios del siglo pasado por el grabador José Guadalupe Posada con intenciones críticas.

En sus comienzos, el personaje inventado por Posada se llamó “La Calavera Garbancera” y con él hacía alusión a mexicanos de origen indígena que renegaban de sus raíces y, sin identidad, se vestían imitando a los europeos. Luego, el pintor Diego Rivera la inmortalizó en el mural “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central” con el nombre de “La Catrina”.

Los criterios se dividen. Por ejemplo, la historiadora y antropóloga Elsa Malvido, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), afirma que esta tradición viene de la Europa medieval mientras que el escritor Octavio Paz, en su libro El laberinto de la soledad, asegura que se continúan, de un modo moderno, las festividades antiguas de los aztecas.

Una de las celebraciones más llamativas del Día de Muertos se hace en el estado de Michoacán, con vigilias en los panteones y altares coloridos en las casas, con distintosniveles que representan el cielo, la tierra y el inframundo. Durante la noche, las familias rezan y cantan, y en Janitzio se llevan a cabo procesiones en canoas cargadas de velas hacia la isla.

En la península yucateca, esta celebración se conoce como Hanal pixán, que en maya significa “Comida de las almas”: un banquete con los difuntos mediante las ofrendas, que comienza el 31 de octubre (Hanal palal) para recordar a los niños que murieron y prosigue el uno de noviembre (Hanal nukuch uinicoob) en honor a los adultos finados.

En esta última, se incluyen también licores como el xtabentún y el balché, y finalmente el dos de noviembre se celebra una misa para los fieles difuntos (Hanal pixanoob) en los cementerios. En ciertas comunidades, como Pomuch, a modo de rito, se desentierran y limpian los huesos de los muertos honrados para que permanezca su memoria.

Esta tradición, que une a tantas personas en torno a un imaginario, evoluciona en la misma piel de sus gérmenes: el sincretismo, y en las últimas décadas se le suman nuevos componentes como desfiles, presentaciones artísticas y elementos de la tecnología digital acordes con este siglo, sin que por ello se borre su esencia, su hermosa autenticidad.

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